Un cuento Zen
Había una vez un monje artista llamado Gessen. Antes de empezar un dibujo o una pintura, acostumbraba a cobrar por adelantado, y sus honorarios eran altos. Todos lo conocían como «el artista tacaño».
En cierta ocasión, una geisha le encargó un lienzo en nombre de su señor. «¿Cuánto me vas a pagar?», fue lo primero que preguntó Gessen.
«Lo que usted estime conveniente», respondió la muchacha, «pero deberá realizar su trabajo en mi presencia».
Pocos días después, Gessen fue llamado para cumplir con el encargo. La geisha estaba celebrando una fiesta en honor de su señor.
Gessen, con unas pocas pinceladas maestras, comenzó su obra. Una vez terminada, pidió por ella la suma más elevada de la que se tenía noticia en su época.
Recibió el pago. La geisha fue entonces junto a su señor. «Todo lo que este artista desea es dinero», le dijo.
«Sus pinturas son ciertamente hermosas, pero tiene la mente sucia; el dinero la ha llenado de lodo. Siendo el producto de una mente tan mugrienta, su trabajo no merece ser expuesto por ti. En todo caso, podría servir para decorar una de mis enaguas».
Quitándose la falda, la geisha pidió entonces a Gessen que hiciera otra pintura para el dorso de su enagua.
«¿Cuánto me pagarás?», preguntó Gessen.
«Oh, eso es cuestión tuya», dijo la geisha. El monje estableció una cantidad exorbitante, pintó lo que se le pidió y, finalmente, se marchó.
Algún tiempo después, se supo que Gessen había tenido sus razones para querer acumular tanto dinero.
El hambre y la penuria solían causar estragos en su tierra natal. Los ricos no ayudaban a los pobres, de modo que Gessen había construido un almacén secreto en el que almacenaba grano para estas emergencias.
El camino que conducía de su aldea al Santuario Nacional estaba en pésimas condiciones, y era un verdadero martirio para los caminantes. Gessen se había propuesto construir una vía mejor.
Por último, su maestro había fallecido sin cumplir su anhelo de erigir un templo zen, y Gessen quiso terminarlo en su nombre.
Una vez que vio cumplidos estos tres deseos, Gessen abandonó sus pinceles y todos los demás materiales de pintura. Se retiró a las montañas y nunca volvió a pintar.