«Yo hacía fichas cada vez que encontraba algo que me interesaba, las tenía allí conmigo y luego eran los capítulos prescindibles, por fin». —Julio Cortázar
No hay lector que haya pasado su mirada sobre Rayuela de Julio Cortázar, y no se haya llevado consigo un poco de nostalgia al ver como Horacio en su búsqueda pierde a la Maga, o como simplemente sus caminos dejan de ser el mismo camino y como la vida comienza a desencontrarlos minuciosamente, como bien nos lo dice el mismo Horacio en el capítulo 1. Quizás desde allí, desde ese momento, nos prepara Cortazar para esa perdida. Quizás era necesario para Horacio y para el lector, entrar en una búsqueda más personal.
En Rayuela vemos como se teje una sola historia, la de Horacio, desde tres lugares: París, Buenos Aires y otros lugares o como nos los pinta Cortázar: Del lado de allá, Del lado de acá, y De otros lados (capítulos prescindibles). Lados de una misma figura, de una misma rayuela; a través de los cuales como los cuadritos del juego, Horacio va pateando la piedrita, que en este caso es su pensamiento.
Rayuela es un libro sencillo, aunque traiga un tablero de dirección; sencillo porque desde el primer capitulo (o el segundo según el tipo de lectura escogida) sabemos que el signo del libro y de nuestro personaje principal es buscar, «¿Encontraría a la Maga?» (Capítulo 1) encontraría Horacio a su propio mándala o kibutz. Y capitulo tras capitulo vamos viendo y comprendiendo que ese personaje que es su compañera, es también su contraparte y a la vez su centro. Y entonces es allí cuando se descubre acompañado, se ve ya no como un solitario sino que se ve atado a otras cosas que no soporta, se aleja de la Maga para demostrarse que se puede alejar del centro y seguir en el centro. Allí alejado comprende algo que solo capitaliza hasta el 48 donde se da cuenta que el amor puede prescindir de su objeto.
La rayuela es un juego de ida y vuelta, se lanza la piedra y si no cae en el cuadro hay que regresar a la tierra para volver a lanzar la piedra, es un ciclo mágico hasta llegar al cielo. Así en la novela Cortázar construye un lugar al que se va y del que se vuelve para completar la experiencia de estar jugando mientras se lee. Y es en este lugar, llamado prescindible, pues un buen jugador no tendría porque volver a empezar, donde se encuentra la última conversación y el último paseo por París de la Maga y de Horacio. Para aquel lector que se aventuro en Rayuela siguiendo la estructura natural de los libros (del capitulo 1 al 2, al 3, al 4 y así sucesivamente hasta terminar en las tres estrellitas del 56) la Maga desaparece después de la muerte de Rocamadur y posiblemente después del entierro de esté al cual no asiste Horacio. Un poco dejando un aire un sabor a que es la muerte de su hijo, que la ha afectado, la que ha hecho que la Maga se vaya sin decirle nada a un Horacio que ha desaparecido. Sin embargo, el lector que siguió la sugerencia del tablero de dirección se topará con que la Maga y Horacio se han visto después de la muerte de Rocamadur, y vera como la despedida es aún más dolorosa para la Maga quien siente que Horacio ya no la ama al acostarse con Pola, en un capítulo que mezcla el amor de una Clochard (mendigo) con el desamor de una escena de celos y de un Horacio que encuentra difícil decir que quiere a la Maga
«…es tan difícil decirte: te quiero. Tan difícil, ahora».
Por qué dejar a la deriva una apreciación tan importante como esa, por qué dejar en los capítulos prescindibles la posibilidad de saber que la Maga, como mujer, siente celos de una Pola que Horacio describe como «pura pornografía». En una lectura cualquiera de Rayuela, quizás ya la cuarta o quinta, un lector cualquiera se dará cuenta que Cortázar nos dejó en los otros lados, las respuestas a todas las preguntas que van surgiendo en la lectura. En el 154 nos explica a través de Morelli como está organizado el libro:
«Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana… Lo más que hago es ponerlo como a mí gustaría releerlo».
Y a quien no se ha degustado releyendo Rayuela desde esos capítulos adicionales, que si bien nos guiamos por números son más en cantidad que los normales (van desde el 57 hasta el 155). Y en los cuales descansa el final de Rayuela, un ciclo infinito entre los capítulos 131 y 58, un final donde el delirio de Horacio, es un llegar a la locura que si bien nos lo dijeron antes es llegar al cielo.
Sencillo, Andrés Amorós nos da un acercamiento a esto cuando en su introducción a la edición de Rayuela en la editorial Catedra, dice: «No es raro que sea un loco el que domine a la perfección el juego. Ese loco jugador de rayuela es también, para Horacio la Maga, que sueña con alcanzar la última casilla…» y Cortazar en el capitulo 36 nos da una primera aproximación a los ingredientes: «Para llegar al cielo se necesitan… una piedrita y la punta de un zapato».
Es así como, al final del libro comprendemos que Horacio a vuelto a encontrar su Mándala, su pequeño kibutz en la rayuela dibujada en el patio del hospital. Es allí donde confunde a Talita con la Maga y es allí donde al sentirse acorralado y encerrado ilumina casilla a casilla el camino al cielo, a la Maga, que en el capítulo 56 esta allí al lado de la rayuela.
«Paf, se acabó».